El centro comercial se convirtió en el espacio prudencial
que por un lado protege y garantiza pasear y comer a salvo de la mirada y de la
palabra del que suplica un pedazo de pan y una gota de agua y por otro lado,
abre nuevamente un espacio para el lucimiento de los cuerpos retocados en el
quirófano para el cotilleo propio de la cultura humana.